El transitismo contra el tránsito
Guillermo Castro Herrera
Paraninfo Universitario, Universidad de Panamá
15 de junio de 2006
Para referirnos al problema del
impacto ambiental del proyecto de ampliación del Canal de Panamá, conviene empezar
por distinguir al ambiente del medio natural, y a estos de la ecología. El
ambiente es, en lo más esencial, el resultado de la acción de los seres humanos
sobre el medio natural, mientras la ecología es una disciplina científica que
se ocupa de las relaciones de los seres vivos entre sí, y con el medio
abiótico. La especie humana ha venido rehaciendo el medio natural a lo largo de
unos dos millones de años y, en este sentido, el impacto ambiental de una
acción humana designa el efecto de esa acción sobre el ambiente previamente
existente, y las transformaciones que resultan de ese efecto.
En esta perspectiva,
destaca el hecho de que los seres humanos se relacionan con el mundo natural a
través de las relaciones que establecen entre sí para producir sus medios de
existencia, y reproducir sus estructuras de acción social. Por lo mismo, el
análisis de los problemas ambientales en su relación con las estructuras
sociales resulta especialmente útil en la evaluación de problemas como el que
nos interesa.
Así, el tránsito interoceánico
ha sido desde hace miles de años un importante factor de organización de la
actividad humana en el Istmo que hoy llamamos de Panamá. Sin embargo, es a
partir de un determinado momento de la historia de esa actividad que se forma
la estructura de acción social que designada con el nombre de transitismo. Ese
término, en efecto, designa la forma específica de inserción del Istmo en el
moderno sistema mundial a partir del siglo XVI, de la cual resultan, a su vez,
los paisajes que hemos venido a considerar como característicos de la actividad
de tránsito tal como se ha venido llevando a cabo de entonces acá. *
Lo importante, aquí,
es que el ambiente y los paisajes de Panamá no son el resultado del tránsito
como forma de actividad económica, sino del transitismo como formación
económico – social y como marco de
relación entre la sociedad y la naturaleza en el Istmo entre los siglos XVI y
XXI. A lo largo de ese período, ese marco de relación ha tenido algunos rasgos
constantes y, al mismo tiempo, otros rasgos cambiantes, que nos permiten
identificar momentos fundamentales en su desarrollo. Tales rasgos constantes
han incluido, por ejemplo, los siguientes:
· El monopolio del tránsito por una
ruta en particular – en este caso, el valle del Chagres - sujeta a estricto
control estatal;
· El uso de ese control estatal por
parte de los grupos dominantes en el Istmo con el fin de garantizar constantes
subsidios ambientales y sociales a la actividad de tránsito por esa ruta
particular, y como medio para concentrar y centralizar a vida económica del
país – y la acumulación de los excedentes generados por esa economía – en torno
a esa actividad;
· La subordinación de la periferia
interior de la ruta a funciones compatibles con el subsidio al tránsito;
· La constante fragmentación del mundo
de los trabajadores entre los sectores directa e indirectamente vinculados al
tránsito;
· El control de las relaciones
exteriores – en este caso, de las relaciones de dependencia con respecto al
centro del sistema mundial - a través del control de la ruta de tránsito y de
los subsidios a esa actividad y, como resultado de todo ello,
· Una estructura económica que, en el
concierto latinoamericano, bien podría ser llamada de heterogeneidad invertida,
en cuanto concentra en el sector terciario magnitudes de actividad y producción
que en el resto de la región corresponden por lo general a los sectores
primario y secundario.
Una historia del
impacto ambiental del transitismo en Panamá viene a ser, en este sentido, una
historia ambiental de Panamá. En ella destacan tres grandes momentos
fundamentales:
· El del tránsito pre industrial,
entre 1550 y 1850, caracterizado por el uso de una tecnología de bajo impacto,
adaptada a las restricciones que el medio imponía a la actividad, operada
mediante el trabajo esclavo o de peones, y financiada en lo fundamental por el
capital local.
· El del tránsito industrial
ferroviario, dominante entre 1850 y 1914, que utilizó una tecnología de mediano
impacto ambiental, capaz ya de subordinar medio natural a las necesidades del
tránsito, operada mediante el trabajo de obreros y técnicos asalariados y
financiada por capital privado proveniente del exterior.
· El del tránsito industrial
hidráulico, dominante de 1914 a nuestros días, que utiliza una tecnología de
enorme impacto ambiental, operada por obreros y técnicos especializados de alta
calificación, y financiada por capital monopólico de Estado.
Lo esencial, en todo
caso, es que el desarrollo de las fuerzas productivas en la actividad de
tránsito en el marco de la formación social transitista ha dependido del
subsidio en recursos humanos y naturales – tierra, agua y energía en primer término
– provenientes del entorno natural, social y económico de la ruta. Esa relación
de subsidio al tránsito se tradujo por necesidad en un factor que contribuyó de
manera decisiva al retraso constante en el desarrollo de las fuerzas
productivas en el resto de la economía nacional, y en la transformación de las
relaciones sociales de producción en el resto de la sociedad.
Al abordar en esta
perspectiva la dimensión ambiental del transitismo, empezamos a entender que el
contraste entre los paisajes sociales y naturales del corredor interoceánico y
los del interior del país no se debe a que haya en el Istmo varios países en
uno, sino a la presencia de una misma sociedad integrada por grupos sociales
que organizan sus relaciones con la naturaleza en el marco de una estructura de
poder tan contradictoria, conflictiva y violenta como para generar y sostener
el proceso de crecimiento económico sostenido con deterioro social y degradación
ambiental constantes en cuyo marco se inscribe el proyecto que discutimos hoy.
Por lo mismo, la discusión del impacto de ese proyecto sobre el ambiente creado
por el transitismo debe ser ubicado en varios planos a la vez.
El primero de esos planos
se refiere, sin duda, al impacto del proyecto sobre su entorno inmediato. A
esto corresponde en lo fundamental el estudio de impacto ambiental sintetizado
en el folleto de divulgación del proyecto de ampliación, y que con toda
probabilidad resultará ser técnicamente impecable cuando llegue a ser conocido
en su detalle y sea finalmente evaluado por la autoridad estatal correspondiente.
Sin embargo, más allá de eso – que corresponde al ámbito de responsabilidad de
la empresa estatal que presenta el proyecto -, es necesario que el Estado y la
sociedad aborden el problema desde al menos dos planos más.
El primero de ellos,
fundamentalmente espacial, se refiere al impacto del proyecto sobre la huella
ecológica ya generada por el enclave transitista sobre el conjunto del
territorio nacional, en particular de la década de 1940 a nuestros días. El
segundo, fundamentalmente temporal, se refiere a la evaluación ambiental
estratégica que requiere un proyecto como éste, tanto por su magnitud y demandas
intrínsecas, como por su importancia para el futuro del tránsito en Panamá. A
reservas de lo que nos revelen esos estudios, que aun no han sido siquiera
planteados hasta donde sabemos, me atrevería a adelantar algunas ideas para la
discusión del impacto ambiental del transitismo en Panamá.
En primer lugar, ya es
evidente que existe una contradicción insoluble entre el transitismo y el
tránsito, en la medida en que el territorio y la sociedad nacionales han
llegado al límite de su capacidad para seguir proporcionando los subsidios ambientales
y sociales que el tránsito demanda, como había venido ocurriendo hasta la
década de 1980. Hoy, por el contrario, la creciente escasez relativa de tierra
y agua en Panamá genera tensiones sociales crecientes, que tienden a encarecer los
costos económicos, sociales, políticos y ambientales de la actividad de
tránsito, e impiden así un aprovechamiento verdaderamente racional y sostenido
de los recursos humanos y naturales del país.
Esta situación, por
supuesto, no afecta solo al Canal. Por el contrario, se extiende a la posibilidad
misma de que el país pueda encarar con éxito la crisis energética que lo
afecta, y crear verdaderas ventajas competitivas para el conjunto de nuestra
economía, y resulta evidente para cualquiera que esta contradicción desde una
perspectiva que no esté simplemente comprometida con la preservación a
cualquier costo de las estructuras más tradicionales de poder del transitismo.
Por otra parte,
tampoco estamos solos en esta crisis. La ampliación del Canal, y sus implicaciones
ambientales, forman parte del proceso mayor de transformación masiva de la
naturaleza en capital natural que viene ocurriendo a escala de toda la región
latinoamericana, a través de otros megaproyectos como el anillo energético sudamericano,
la interconexión vial andina, la hidrovía de la Cuenca del Plata, o la
integración energética centroamericana.
Dentro de ese marco
mayor, y de manera más precisa, lo que resalta en nuestra tierra es el hecho de
que la operación sostenida del Canal demanda, hoy, el desarrollo sostenible del
país. Por lo mismo, el problema mayor para la valoración del proyecto que
discutimos consiste en que carece del marco de referencia un proyecto destinado
a garantizar la sostenibilidad del desarrollo en Panamá.
Esta carencia, por
supuesto, no puede ser achacada directamente a la Autoridad del Canal de
Panamá, sino al Estado a cuyo servicio esa Autoridad se encuentra. La Autoridad
ha cumplido con su responsabilidad de formular el proyecto en los términos
correspondientes a la misión que el Estado le ha asignado. Correspondería ahora
al Estado proponerle al país el proyecto nacional que haga de la ampliación del
Canal, además de un buen negocio en sus propios términos, el factor decisivo en
la promoción y la sostenibilidad del desarrollo de la sociedad panameña en su
conjunto.
Los elementos
fundamentales para la construcción de ese proyecto se encuentran dispersos,
hoy, en las demandas de múltiples sectores de la sociedad panameña, desde los
campesinos que se resisten a la construcción de embalses en las tierras en que
viven, hasta los productores del interior que desearían ver en el Canal un
verdadero factor de ventaja para competir en el mercado mundial con sus
productos.
En cada uno de esos
casos, resulta fácil reaccionar desde nuestras tradiciones políticas más
pueblerinas, diciendo que se trata de gente que simplemente se oponen al
progreso. En realidad, se trata de lo contrario. A lo que se resisten esos sectores
es a seguir subsidiando con su trabajo y los recursos naturales a su alcance un
progreso excluyente, que no les frece verdadero acceso al goce de sus frutos.
O, dicho en un lenguaje más cercano al núcleo más íntimo de los problemas de
nuestro tiempo, esos sectores no se resisten al desarrollo de las fuerzas
productivas, sino a la preservación de las relaciones de producción que
constituyen el cimiento fundamental del transitismo.
Hemos llegado, así, a
la más singular de las contradicciones de nuestra historia: aquella en la que
el transitismo se constituye en el peligro mayor para la actividad del tránsito
en Panamá. Aquí está el nudo gordiano de la crisis que nos aqueja. Y la clave
para encarar ese problema está en la más sencilla de las preguntas.
Todo proceso
productivo implica siempre, como sabemos, una reorganización simultánea de la
naturaleza y de la sociedad. Por lo mismo, si para reorganizar la naturaleza
del Istmo de la manera en que lo requería el tránsito hidráulico fue necesario
organizar en República el país e incorporar a esa República los grupos sociales
nuevos que surgieron de aquella reorganización del mundo natural, ¿qué
transformación social y política será necesaria para hacer viable la operación
sostenida del Canal mediante el desarrollo sostenible del país?
Nadie puede decir que
tiene la respuesta entera a esa pregunta entre nosotros. Ella está en todos
precisamente porque no está en ninguno. Por lo mismo, no hay que buscarla: hay
que construirla. Y ése es sin duda el desafío mayor de nuestro tiempo en
nuestra tierra.
Muchas gracias.
Lourdes
y Guillermo Castro Lozano
"No hay batalla entre la
civilización y la barbarie,
sino entre la falsa erudición y la naturaleza"
José Martí, 1891
* El transitismo ha sido
analizado con gran rigor por colegas como el sociólogo Marco Gandásegui – cuyo
estudio clásico sobre la concentración del poder económico en Panamá cumplirá
cuarenta años de haber sido publicado dentro de unos meses -, economistas como
José Gómez y Juan Jované, e historiadores como Alfredo Castillero Calvo. El
impacto ambiental del transitismo, sin embargo, apenas ha sido tratado en la
obra de geógrafos como Omar Jaén Suárez y Ligia Herrera, y en los capítulos
dedicados al tema en la Historia General
de Panamá publicada en el año 2003 y convertida desde entonces en una
curiosidad de coleccionistas por los malos hábitos del sectarismo
característico de nuestra pobre vida política.